sábado, 18 de septiembre de 2010

Mi fruta es mía


La verdad es que me he acostumbrado a estar sola. Tengo una cama de dos metros a la que ya le he cogido el punto y en la que puede que no haya sitio para una segunda persona. Estoy sola, y no me siento mal al decirlo.

Las camas pueden ser ocupadas por la individualidad de uno mismo, por sus recuerdos y sus pasos hacia adelante, por sus metas, sus declives, sus penas y sus pasiones, por sus libros, sus desventajas y un largo camino recorrido por puntos suspensivos. Cuando en la cama hay una vida entera hay veces que no se nota la ausencia del número par.

Mi soledad es caprichosa, y aunque a veces me traiga disgustos estoy empezando a cogerle el tranquillo. Se conforma con las ausencias momentáneas. A veces es exigente, y no se conforma con la individualidad cuando se presenta alguna decisión importante en el camino.

Sé que hay momentos en los que compartiría mi plato, mi vaso, mi abrigo, mis canciones. Son esos momentos de tardes de risas, de noches de conversaciones cósmicas y de bailes hasta el amanecer.

Pero, a ratos, cuando la euforia da lugar al sosiego, la independencia me abraza con fuerza y me regala un libro, un teclado, una idea fugaz que brilla. Y me entretengo sin echar en falta a nadie, o quizás, echando en falta a aquellos que se antojan irremediablemente lejos.

Es bueno de vez en cuando hacerse con una buena tiza y saber dibujar una línea que marque bien los límites de aquellos valores que corren el peligro de perderse, cuando nuestra vida es tan solo nuestra. Y de nadie más.

Tengo la tiza en la mano, y te diré, a tí, que lees estas líneas, que me encanta la fruta antes de irme a dormir... y que normalmente no la comparto con nadie, pero que también he de aprender a deshacerme de ese plato. Así que hoy, si quieres, mi fruta también es tuya.


Buenas noches, duendes.



*Foto: Frutas de verano. La Alpujarra convierte en manjar todo lo que allí se cultiva.

No hay comentarios: